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viernes, 4 de marzo de 2011

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Por Juan Wesley

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, , ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y hachado en el fuego. Así que por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:15-20).

jueves, 3 de marzo de 2011

graciasseñor
EL AMOR DE DIOS Y DE CRISTO

EL AMOR DE DIOS

“Dios es amor” (1 Juan 4:8).
Las cosas más profundas son las más sencillas.
Hablo del perfecto amor de Dios.

Cuando hemos llegado a conocer verdaderamente a Dios, lo hemos hecho
como al Dios de amor. Entonces, sabiendo que todo proviene de Él,
aunque estemos en un desierto —en cualquier lugar o circunstancia
en la cual nos encontremos— todo lo interpretamos a través de su amor.

Sólo hay una esfera en la cual Dios no puede satisfacerse a sí mismo:
es la de su amor. Su amor precisa de otros seres aparte de Él para
hacerlos felices.

La ley dice: “Amad” (Amós 5:15; Zacarías 8:19).
Pero el Evangelio, Cristo mismo, dice: “De tal manera amó Dios”
(Juan 3:16).

Ninguna creación, nada de lo que jamás fue visto en este mundo,
podría ser lo que fue la cruz. La creación pone de manifiesto el poder
de Dios, pero ella no podría hacer resplandecer, como la cruz, su amor
y su verdad. Por lo tanto, la cruz permanecerá durante la eternidad como
el lugar maravilloso y bendito en el cual aprendemos lo que en ningún
otro sitio puede ser aprendido: todo lo que es Dios.

En el corazón del hombre hay tanto egoísmo que el amor de Dios es
para él un enigma aún más incomprensible que su santidad.
Nadie comprendió al Señor Jesús, porque Él manifestaba a Dios.

El Espíritu Santo nos hace sentir el amor del Padre. Nos lleva
a la libertad mostrándonos, no que somos insignificantes,
sino cuán grande es Dios.

¿Dónde puede la fe conocer, en su mayor intensidad, el pecado del hombre
y su odio contra Dios? En la cruz. Pero, al mismo tiempo, ella ve,
en su mayor extensión, el triunfo del amor de Dios y de su misericordia
para con el hombre. La lanza del soldado romano que abrió el costado
de Jesús no hizo más que manifestar lo que hablaba de amor
y de misericordia.

Es verdaderamente una dolorosa prueba, cuando Dios retira de la escena
de este mundo a un ser querido, quien es parte de nosotros mismos.
Sin embargo, ¡qué diferencia, cuando podemos ver el amor del Señor!
Esta consolación lo transforma todo. El amor de Dios, que descendió
al lugar de la muerte, ha iluminado todas las tinieblas con sus más
preciosos rayos; y esas tinieblas sirven sólo para comprobar
cuán precioso es tener tal luz.

Es necesario que Cristo sea todo para nosotros, de lo contrario pronto
nos desanimaremos.
Si Cristo no es nuestro único objeto, y si el amor del Padre no es
el aire que respiramos para la vida de nuestras almas, no caminamos
por el buen camino.

“El Señor al que ama, disciplina” (Hebreos 12:6).
La Palabra saca dos conclusiones de esta verdad:
1) La disciplina nunca tendrá lugar sin que yo haya dado la causa;
2) ella jamás se ejercerá sin el amor de Dios. Por eso, no debo despreciarla,
pues hay un motivo en mí para que el Dios de santidad y de amor obre
de esa manera.
Además, no debo perder ánimo, porque es su amor el que me golpea.
El Padre corrige al hijo que ama.

EL AMOR DE CRISTO

“…El amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:19).
El Señor que he aprendido a conocer como quien dio su vida por mí,
es el mismo Señor con quien tengo que estar ocupado cada día de mi vida,
y todas sus maneras de obrar para conmigo se basan en el mismo principio
de gracia que mi salvación. Cuán precioso y alentador es saber que Cristo,
en estos mismos momentos, siente y ejerce el mismo amor conmigo que cuando
murió por mí en la cruz.

Su muerte abrió las ventanas de los cielos, a fin de que las fuertes
corrientes de su amor pudiesen derramarse en los pobres pecadores.

“La muerte del Señor” (1 Corintios 11:26).
¡Es imposible hallar palabras que, añadidas una a otra, den un significado
tan importante como éste! ¿Cuántas cosas están contenidas en el hecho de
que Aquel que es llamado «el Señor» esté muerto? ¡Qué amor!
¡Qué consejos! ¡Qué eficacia! ¡Qué resultados!

Qué tranquilidad para una pobre alma, cuando comprende que está en relación
con Aquel que venció a todos sus enemigos.
Antes de que ella tuviera conciencia de ello, el libro de sus transgresiones cotidianas le parecía que subía ante Dios, ennegrecido de la lista de
sus ofensas, anotadas en cada página con esa palabra que se repite sin cesar: «¡Pecado, pecado, pecado!». Pero ahora, esas letras negras son
borradas, y en su lugar usted lee en cada página una palabra escrita
con la sangre del Cordero muy amado de Dios: «¡Amor, amor, amor!»

Este amor es nuestro santuario mientras atravesamos un mundo lleno de trampas,
en el cual encontramos la oposición de todos los hombres.
Cuanto más dolorosas son las aflicciones y las perplejidades,
tanto más grato es el reposo de Su presencia.

La gran cuestión para nosotros es estar cerca del Señor,
y permanecer constantemente allí.
Pues allí somos guardados en paz en el profundo sentimiento de su amor.
Así, nuestro servicio resulta del hecho de que moramos cerca de Él,
y lleva el sello de ello. ¿De qué manera Cristo revela al Padre?
“El unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”
(Juan 1:18).
Pudo manifestarlo según el gozo que Él tenía, en el mismo momento,
del amor del cual era el objeto y del cual gozaba en Su seno.
Era perfecto, y nosotros somos pobres y débiles siervos.
No obstante, para nosotros también, es el único medio para derramar
a nuestro alrededor la unción de Su presencia.

Cuando todas las tormentas hayan terminado, el esplendor de la gloria,
para la cual Él nos prepara, brillará sin nubes,
y este esplendor será Él mismo. ¡Cuán precioso es el amor,
el amor de Jesucristo, quien nos habrá llevado a Su gloria,
para estar siempre con Él!

-.

princesa1a
Dios te sonríe a ti. Le iluminas la cara
tanto como nadie le ha iluminado la cara de un amante.

La mayoría de nosotros imagina que a los ojos de Dios somos justo uno
de millones.
Sabemos que mucha gente no cree que seamos importantes así que
suponemos que Dios cree lo mismo.
Pero, por otro lado, Dios no es igual a ‘mucha gente’.
Nos parece que Dios tiene sus preferidos y creemos que estamos bastante bajos
en la lista, pero vamos a ver que esto no es la verdad. Nuestros sentimientos
no responden a la realidad.

Para Dios, tú eres importante.